El laberinto de Mogor-Hoyocasero (2012)

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HELENA AIKIN

El milenario laberinto de Mogor (Pontevedra) grabado sobre roca, destaca frente a otros muchos de planta cretense en Europa,  Asia y América precolombina porque la suavidad y exquisitez de sus curvas sugieren al espectador imaginativo un cuerpo femenino de brazos múltiples, a modo de diosa hindú todopoderosa.

Cuando recorrí por primera vez el Centro de Arte y Naturaleza Cerro Gallinero con Carlos de Gredos buscando un espacio para hacer mi instalación, quedé profundamente impactada por la belleza arisca del lugar, y pensé que me gustaría brindar homenaje a la gran fuerza telúrica que emana de esa formidable naturaleza pedregosa y árida: inmediatamente imaginé un laberinto, metáfora de la Gran Madre de la que nacemos y a la que regresamos una vez cumplido nuestro ciclo vital, lo suficientemente grande para poder entrar en ella, recorrer todos sus vericuetos, llegar a su centro, recibir su energía, para luego desandarla hasta salir de nuevo por el canal del nacimiento, energetizados y silentes. Visualicé claramente el laberinto de Mogor cuando llegamos a una explanada generosa rodeada de inmensas piedras, en parte losar, en parte tierra poblada de piornos, lavanda, tomillo y otros matorrales.  Y con la suerte que a pocos metros hay una cantera abandonada con un gran surtido de piedras de todos los tamaños y formas, material perfecto para vallar el laberinto y marcar el camino. No necesitaba absolutamente nada más que ayuda para transportarlo y colocarlo en su lugar.

Un par de meses después el Centro me invitó a materializar esta idea, que realicé en 48 horas de intensísimo trabajo con la ayuda impagable de Juan Rodríguez, para los amigos, Juanito, colaborador del Cerro. A medida que progresaba el trabajo la obra iba cobrando más y más vida, como si tuviera voluntad propia: inicialmente medía unos 9 metros, que nadie sabe cómo acabaron convirtiéndose en más de 15, como si la diosa hubiese decidido desperezarse y acomodar sus voluptuosas formas aprovechando al máximo el espacio. Se dieron asimismo cambios inexplicables en el eje de su cuerpo, que acabó en un alineamiento perfecto con lo que los lugareños llaman El Risco del Sol de la Sierra de la Paramera. Con lo que respecta al tiempo, también hubo  sincronicidad: al anochecer del último día, Juan, ya totalmente exhausto, colocaba la última piedra del recinto exterior,  y yo resolvía satisfactoriamente el ombligo de la diosa, que me había dado grandes quebraderos de cabeza. Estaba ya completa: abierta de piernas y lista para que la camine el mayor número posible de visitantes, recomendándoles que al llegar al centro den tres vueltas, a la salida, al pasar por el ombligo, los hombres lo hagan por la derecha y las mujeres por la izquierda, también se les invita a seleccionar cuidadosamente una piedra de la cantera cercana y colocarla en algún lugar del laberinto. Así  será la obra de todos, eterno work in progress, como la diosa.

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